Estaba recordando la primera vez que tuve conciencia de que el licor me había movido la tierra. Exactamente no había en casa quien bebiera puesto que desde siempre abrazaron la religión evangélica y lo único que se veía los diciembres era una botella de Gran Vino Sansón, que más que licor se le tomaba con una especie de ritual ya que consideraban que poseía poderes curativos, lo que es bien cierto ya que se ha comprobado científicamente las bondades del vino con respecto al corazón.
En unas navidades, me fui con mi hermano Alexander a la barbería de José Soto, (el hermano del bancobrereño Coromoto Soto) quien tenía su local al lado de Jarro Mocho y sus empanadas. Ese día, mientras me cortaba el cabello (por cierto encima de una silla con forma de caballito de feria que José tenía), llegó un señor brindando tragos de vino vermut tinto al son de la felicidad que lo embargaba por haber llegado las pascuas. Luego de ofrecerle a José y a otro señor en espera, me dio a probar un poco en un pequeño vaso que traía a pesar de haberme negado. No obstante, como insistía que era un vino dulce y apenas una ñinga, al fin lo probé y como me gustó, al rato no insistió mucho cuando ofreció la segunda tanda. Luego de tocarle el turno a mi hermano quien si no bebió nada, llegó la tercera tanda y amablemente accedí a echarme mi palito.
La verdad es que cuando me despedí, me sentía mas alegre que el carajo, el sabor del vermut lo llevaba en la boca y de vaina no me regreso para echarme el del estribo, pero como era hora de regresar a casa, agarramos rumbo a la playita mientras mi hermano, reluciente por su corte a ras, a excepción del moñito que le dejaban en la frente, me preguntaba si era maluco el aguardiente y yo le contestaba que no era, y por eso la gente le gustaba emborracharse. A lo sumo tendría doce años y el hormigueo del licor en el estomago, a pesar de lo poco que tomé, me hizo pensar que en otra oportunidad tomaría un poquito más a ver que se sentía estar prendido je je.
En la actualidad son muy pocas las veces que bebo y hasta el doctor Gallo, quien en una oportunidad me trató por un cólico nefrítico durante cuatro días, me aconsejó echarme las cervecitas de vez en cuando dada su condición diurética. Asi que, cuando la Lora se me atraviesa para invitarme a tomarme unas birras, ya tengo a quien echarle la culpa...
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