
Ante la demolición de la casa del difunto Joaquín ubicada en Cocorote frente a mamá Pera y el posible desenlace del manuscrito escrito por el comerciante Mauro Jelambi hace más de 100 años, cito a continuación lo que pudiera ser “la crónica de un desentierro anunciado”, a partir de su publicación por Yaracuy al Día, hace exactamente dos años...
La historia comienza cuando el conocido cocoroteño Juan Pérez - del cual ya les comenté-, hace como dos años atrás me lo consigo en la Panadería cerca de la plaza y me confiesa que en su poder se encuentra un libro de muchos años de antigüedad, heredado de su madre: Ana Eustacia Pérez, ya que ella lo mantuvo guardado en uno de esos pesados baúles que normalmente poseían las familias para resguardar sus mejores objetos.
Juan, le pregunte: - Que vas a hacer con ese libro, ¿porque no me lo prestas, y cuando termine de leerlo te lo devuelvo.- El me respondió, bueno, pero primero me regalas unos biscochos salados que tengo hambre. – claro - le respondí- y seguidamente de darle los panes lo acompañe hasta el sitio en donde tenía guardado el libro.
Este libro era realmente un manuscrito que databa de los primeros años del siglo pasado, utilizado en su mayoría para realizar asientos de compra y ventas de mercancías tales como tabaco y maní. Pero en la última página escrita, se relata la historia de un asalto que sufrió el dueño del libro, de nombre Mauro Jelambi junto a dos de sus peones de confianza en los alrededores de un comercio que estaba situado en donde hoy día se encuentra el jardín de infancia Mamá Pera y que, para aquel entonces era denominado El Dancing; especie de Bar y prostíbulo que para colmo de males era de las ultimas casas de la población por el lado del río San Jerónimo, razón por la cual daba la bienvenida a los visitantes y transeúntes provenientes de Occidente por intermedio de la antigua carretera Panamericana, la actual calle Bolívar de Cocorote (no existía la panamericana actual).
De acuerdo a fuentes confiables, durante aquellos años existía una anarquía total en la población. Se comenta que los asesinatos suscitados en la cuadra del Dancing eran recurrentes. El relato escrito comenta como el comerciante llegó a Cocorote en una noche brumosa y fría por la lluvia constante, al tiempo que era advertido por un poblador que, iba a ser despojado de sus mercancías y del dinero que traía consigo y por esta razón mando a uno de sus peones a enterrar en plena lluvia, una cantidad considerable de morocotas, monedas de oro que normalmente se utilizaban para hacer negocios.
El comerciante en las primeras de cambio pudo hacer frente a la situación valiéndose de un arma de fuego que poseía, sin embargo salió mal herido y en medio de la trampa realizada por el grupo de bandidos, el peón pudo realizar la labor encomendada dado que en medio de las bestias de carga que habían en el lugar, así como también por el hecho de la prontitud con que fue advertido el comerciante, paso desapercibido pero luego, al empeorarse la situación (una vez que hizo el entierro) salió a socorrer a su jefe con tan mala suerte que una bala certera disparada por los malhechores acabo con su vida.
La reyerta prácticamente terminó con este episodio, al final el señor y el otro peón fueron socorridos por algunos pobladores que rápidamente le hicieron los primeros auxilios mientras pudieran ser tratados por un medico. Uno de los samaritanos que ayudo al comerciante se llamaba Susana Pérez - partera de oficio - que de acuerdo a los pobladores cocoroteños a los que acudí para corroborar el manuscrito, era la abuela de Juan, razón por la cual este libro se mantuvo en el seno de esta familia.
A los pocos días de este episodio y sabiendo el comerciante que muy poco le quedaba de vida por las heridas causadas en aquella maléfica noche, ayudado por el otro peón que le acompañaba, hizo que lo llevaran al sitio en donde estaba situado en el día de su infortunio. A duras penas se sentó en lo que quedaba de una columna o vestigio de una antigua casa que existió al lado izquierdo del Dancing (luego de pasar la acequia), y desde allí pudo recordar lo que había acontecido, observando que el lugar donde el estaba situado aquella noche, estaba en línea recta con una mata de jobo (Spondias mombin) que se encontraba al oeste de ese lugar hacia el camino del río, a ciento veinte pasos del vestigio donde se encontraba el Sr. Mauro Jelambi y que por lo expuesto en el libro, este era el antiguo lindero de la Calle Real, un poco más hacia dentro de donde se encuentra actualmente.
Es de hacer notar que por la escritura dejada en el libro mencionado, este señor poseía grandes y variados conocimientos, pues desde este punto donde se encontraba, percibió que desde los ruinas donde estaba sentado hasta el sitio del entierro, se generaba uno de los ángulos pertenecientes a un triangulo rectángulo, donde la hipotenusa era alrededor de 30 pasos hacia el sur, y hacia el este, luego de pasar la antigua acequia cocoroteña, frente al prostibulo, se conformaba el ángulo recto, a 15 pasos de la columna por lo que el cateto resultante era de casi 26 pasos hacia el sur, (25,98 para ser algo más preciso).
Tratando de obtener una posición exacta del lugar que mencionaba el escrito, y recordando que unos años atrás existía a un lado de la entrada de la Escuela León Trujillo una mata de jobo, del cual se decía que sus frutos generaban fiebre cuando se comía en exceso, comencé a caminar contando los 120 pasos que se señalaban, y al terminar de contar, me di cuenta que los vestigios estarían en predios de la antigua hielera de Los Tortolani, a unos pocos metros donde se venden los perros calientes de Freddy y realizando un análisis mental, observé que el entierro estaría ubicado de acuerdo a los datos, en un terreno propiedad del finado Joaquín en un lugar cercano a una casa en ruinas en donde funcionaba una panadería, al lado de la Acequia y frente al jardín de infancia mama Pera.
Solamente falta relatar la parte final del manuscrito: el señor Mauro Jelambi, deja constancia de la cantidad de dinero que llevaba en aquella noche siniestra: 2.756 morocotas de oro, envueltas en un talego de cuero trabajado donde están las iniciales MJ, que está dentro de una pimpina de barro cocido. Asimismo, y ante la posibilidad de no poder desenterrarlas, realizó un conjuro de magia negra, estableciendo que si el o sus familiares no llegaban a buscar el manuscrito el cual quedó en posesión de la partera, los que se atrevieran a buscarlo pagarían con una muerte horrible. Este hechizo duraría cien años y al cumplirse el siglo, se verá el anima en pena del peón asesinado, descansando de su largo cuidado mediante la aparición de una llamarada azul.
Se comenta que el comerciante acompañado de su peón y con sus mulas se despidieron tomando camino hacia Barquisimeto, pensando en volver cuando se alentaran aún cuando jamás se le volvieron a ver.
La fecha de todos estos acontecimientos fue el dos de noviembre de 1904, por lo tanto el maleficio culminó hace dos (02) años atrás
Al despejar los escombros de la casa del difunto Joaquín, está por verse si la llamarada azul hace su anuncio. Obviamente que Freddy Tortolani desde su trailer de perros calientes está en una posición privilegiada.